(Entrevista a Omeida Cuba Curiel, esposa de Rafael Rubiera, realizada en diciembre de 2021)
LOS poetas viven en el pueblo, sus versos habitan la memoria y su espíritu se siente, pero para tocar la esencia de «el Ñato», hay que ir a un lugar imprescindible. La puerta tiene un cartel, ya descolorido por el tiempo, que dice: “Joven, esta es tu casa”. Una vez se abre, la historia se cuenta sola, en fotos, en libros, en detalles y, por supuesto, en la voz de una mujer que la ha vivido para contarla. Es el hogar donde vivió desde 1964 hasta 1996 Rafael Rubiera.[2]
Omeida Cuba, su eterna novia, era casi una niña cuando conoció al poeta veinteañero y, desde el portal, le dijo: “Ven otro día”.
Lo primero que hizo fue cantar, antes de publicar nada, y lo más importante es que aprendió como autodidacta que era. Le decían: Rubiera, ¿último grado cursado?, y él respondía: segundo grado. ¿Cómo segundo grado? La gente se sorprendía. Es que tuvo que dejar la escuela, porque era huérfano desde los siete años. Con la muerte del padre hubo un viraje económico en la familia.
Por eso antes de tener edad laboral ya trabajaba en el central Hershey, hoy Camilo Cienfuegos, cerca de su natal San Antonio de Río Blanco.
Fue el ingenio la cuna del revolucionario, donde despertó su interés por las causas obreras y campesinas y su amor por la justicia. Entre el humo brotando de la torre y el ir y venir de caña, conoció a Jesús Menéndez y Lázaro Peña durante las visitas de los ya líderes obreros por los centrales del país. Al general de las Cañas le escribió Rubiera el poema «Mira, Jesús Menéndez” cuando triunfó la Revolución.
Por aquellas ideas férreas fue despedido de su trabajo, molestaba, hincaba en las intenciones de quienes nunca le dieron a los campesinos relevancia alguna. Pero en Rubiera la magia fue simultánea, a la vez que un revolucionario crecía dentro de sí, un repentista, un creador, florecía de palabras. Su compañera de vida bien lo sabe:
La primera publicación que él hace es en suplemento literario que tenía el periódico El País. Empezó a frecuentar los círculos que existían en La Habana de artistas e intelectuales, ya escribía décimas y tenía amistades del medio. Leía mucho mucho, amaba los libros de historia.
Publicó con su dinero Sílabas de Yagua, el prólogo lo escribió su amigo Juan Marinello. Decían que era el libro de poesía revolucionaria más fuerte escrito en la clandestinidad. Cuando Batista da el golpe de Estado en 1952 se declara enemigo. Era patriota, revolucionario y fidelista. Escribió un canto a Batista que circuló clandestinamente, eran décimas prohibidas. Por esas mismas ideas estuvo preso once veces.
Tengo los recuerdos de aquellos días, de todos los registros que nos hicieron en la casa. Entraban los guardias revolcando todo, desorganizando y buscando literatura. Muchas veces le pasaban por arriba a las décimas y no entendían nada, porque no tenían cultura.
Sin embargo, la clandestinidad no le bastó, estuvo en la trinchera de combate, allá escribía de lo que vivía y me lo iba enviando.
De aquel mundo de creación y lucha recogió los frutos de la entrega y la amistad verdadera. Así conoció a Carilda Oliver Labra.
Los unía el pensamiento de rebeldía. Carilda lo quería mucho y él la adoraba. Discutían sobre quién era más viejo, porque nacieron en el mismo año pero ella el 6 de julio y él el 31.
La lucha quedó detrás, todo el sacrificio, la distancia de la familia y el esfuerzo valieron la pena.
Cuando triunfó la Revolución vivimos en paz. Era trabajar… Él dirigía un programa de una hora de duración en Radio Rebelde, a las 7 de la noche. El programa tenía secciones de trabajo donde por ejemplo, Rizo y él le cantaban a un país y hablaban de América Latina, de los problemas sociales y naturales, divulgaban la situación del continente. Le interesaba repartir conocimiento. Entonces se le hizo costumbre escribir de madrugada, porque viajaba muy temprano para estar en la emisora al amanecer. Durante la travesía iba creando, y así estuvo por más de veinte años, el tiempo que dirigió “Vivimos en Campo Alegre”.
Fue un soldado de la Revolución, fundador de la milicia, de los CDR, y el primer coordinador de Cultura en Madruga. En la casa alojamos a los alfabetizadores como si fueran hijos, porque estaban los hombres que no querían a los maestros varones por tener hijas. Nosotros apoyábamos todas las campañas de la Revolución, él se fue hasta cuando repartieron el caramelito contra la poliomelitis, a convencer a sus amigos del campo que no entendían aquello, de que era necesario.
Su Omeida que siempre estuvo para celebrar victorias y aliviar derrotas, guiada por el poeta, fue fundadora de la Federación de Mujeres Cubanas, maestra, bodeguera, asumió con valentía cuanta tarea le era encomendada, nunca ha dejado de hacer. Tuvo la dicha de vivir al lado de un hombre que la ayudó a ser y crecer, a quien la gente le profesaba el respeto y admiración que sin pretenderlo supo ganarse.
Cuentan que llegaba a alguna actividad municipal, siendo dirigente de Cultura, y si había faltado uno de los poetas, llamaban apenados a Rubiera para ver si podía “cubrir”. Lejos de sentirse menospreciado por ser una segunda opción, subía al escenario y hacía un número de primera, cantaba casi por instinto, las ideas le llovían.
Como improvisador innato, tampoco esperaba por los escenarios ni los micrófonos, ante cualquier circunstancia le nacía una décima.
De aquel matrimonio a prueba de todo, de ese amor entre Omeida Cuba y Rafael Rubiera nacieron dos hijos, Rubén y Rafael. El padre tenía un concepto muy elevado de lo que era la familia, de la unidad necesaria, del valor de ese pequeño núcleo.
A pesar de estar separado por algún tiempo de Omeida y los niños, primero luchando y luego en su quehacer de artista, fue un buen padre. No había decisión que no le fuese consultada al guía familiar, los hijos bebieron de la fuente de sabiduría y creación inagotable del padre.
A Rafael Rubiera lo llevó por los años un amor tremendo a la vida, la pasión por seguir haciendo y por dejar una obra memorable, sobre todo en lo humano. Ya de mayor le decía a su esposa por las mañanas: “hay que agradecer, vieja, porque amanecimos de nuevo”.
¿En qué momentos lo extraña más? Fue la pregunta, Omeida responde: “desde que me levanto hasta que me acuesto, desde que cuelo el café por las mañanas que era lo que más le gustaba. Es que yo sigo siendo su novia, yo soy una hechura suya”.
[1] Poeta, estudiante de Periodismo
[2] Esta casa -donde se realizó la entrevista- está situada en Madruga, Mayabeque, Cuba.
[3] “Guardarraya”, de su libro Sin fecha, publicado por la Junta Central de Planificación –Jucei-, 1963 (Madruga).
[4] “Ingenio”, de su libro Sílabas de Yagua, editorial Tosco e Hijos, La Habana, 1956
[6] “La metralleta”, del libro Sonetos de trinchera y otros poemas, ediciones del Consejo provincial de Cultura de La Habana, 1962.
[5] Poema publicado en el libro Sonetos de trinchera y otros poemas, ediciones del Consejo provincial de Cultura de La Habana, 1962.
Puedes descargar el libro homenaje en:
Visitas: 0