Al influjo de la estrofa salmantina los versos adquieren una esencia humanística, atesorados por la belleza de sus imágenes y el compromiso existencial que evoca sensaciones y búsquedas; una suma de experiencias enriquecidas por vivencias, sueños y proyectos donde el poeta se convierte en un cronista de su tiempo.
En este frasco sonoro del octosílabo la décima nos deja sus huellas tamizadas a través del esmerado oficio y la fina sensibilidad del autor, tan diáfana e implícita, como su propia vida.
I Dame una cuerda, la nota precisa del Pentagrama y cifra en ella la gama de la canción más remota. No es mi pecado de ilota, pero me inclino al cristal y en el mágico ritual invoco en voz casi intrusa que me llegue al fin la Musa como «ángel para un final» II Del ideal, nunca cejes hasta el fin de su proyecto y del camino correcto jamás, por nada, te alejes. Guía tu nave y no dejes que el viento en su acometida deshaga las velas, cuida esa fe que a todo reta y piensa que es, toda meta, otro punto de partida.
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