La colección Raíces, de las ediciones Loynaz en Pinar del Río nos propicia el acercamiento a uno de los poetas improvisadores más populares del siglo XX en Cuba, Aniano Coro Cordero.

 La obra y la trascendencia de Aniano, tanto en sus predios viñaleros como en el ámbito nacional, están plasmados en este libro por su autor e hijo del poeta, Flores Coro Bencomo.

Penetrar en las páginas de este libro es como adentrarse en lo más bucólico del paisaje y en lo más carismático de una personalidad lírica que nos evoca a otros grandes del repentismo como Celestino García y Agobio Hernández.

Un amplio anecdotario ilustra estas páginas y en buena parte de ellas las décimas del poeta siempre representativas de un juglar que combinaba el paisajismo con las reflexiones, pero por lo general acuñadas por un sentido práctico del humorismo.

Yo no le temo a la muerte

que amenaza en la vejez,

porque en fin de cuentas es

cuestión de desgracia o suerte.

Es inmóvil y es inerte,

pero bajo nuestra esfera

oigo como una quimera

el último martillazo.

¿Es que están haciendo acaso

mi última guayabera?

Agradecemos la colaboración y entusiasmo de ediciones Loynaz para que los lectores puedan tener en sus bibliotecas digitales este cuaderno.

Del libro te proponemos:

EL ÚNICO FILÓSOFO QUE TUVO LA UNIÓN

Luis Deulofeu

 Aniano también era amigo mío. «Amiguito», me decía siempre que me veía solo por ahí. Tenía una boina negra como la del Che, pero sin estrellita. No se la quitaba ni para dormir. Dormía con Cándida, su mujer; que vendía durofríos a medio y tártaras de hielo a peseta, ¡qué barato!, y con la boina puesta. De él siempre están contando dicharachos y heroicidades de lo más excéntricas. Dicen que cuando el capitalismo, una prestigiosa marca de cerveza empezó a decir en una propaganda que ofrecía cientos de pesos al que pusiera el logotipo de la cerveza en la punta de un mogote del valle de Viñales, que nadie había podido subir. Y dicen también que ofrecían esa cantidad de pesos (cuando valía el dinero de nosotros) porque estaban seguros de que nadie lo haría.

Aniano Coro, con sombrero, en una comida familiar.

Pero una mañana amaneció el nombre de la cerveza en la punta de aquel mogote imposible. Los viñaleros se cayeron a gaznatones pensando que soñaban. Pero no pudieron despertarse porque no estaban dormidos. «Alabao sia Dios, ¿será verdá lo que están viendo estos ojos que se van a tragar la tierra?», era la pregunta colectiva. El capitalismo tuvo que pagarle a Aniano los pesos que había prometido y que él, a su vez, le había prometido a su primera hija para celebrarle los quince por todo lo alto: «La edad de las ilusiones. Las quince primaveras. El adiós a la infancia». Se lo prometió antes de ella nacer: «Si eres hembrita, te celebraré la fiesta de quince más soná de la Unión». Se lo había dicho a la niña, acariciándola por encima del ombligo reventón de Cándida. Y lo cumplió.

Bajó del mogote con unas fotos que se hizo él mismo con el automático de su camarita, poniendo el cartel allá arriba, y nadie pudo discutirle el mérito. Los quince fueron por todo lo alto, aunque al otro día no tuvieran nada para comer. El prestigio de la familia quedó salvado.

Hoy, como a cincuenta años de eso, todavía no sabe nadie cómo Aniano subió y bajó de aquella altura. Cuando le preguntaban, decía: «todo se puede en esta vida, solo hay que quererlo realmente».

Lo más seguro es que aquel cartel fuera la última propaganda capitalista que tuvimos dentro de la Revolución muchos años. Hasta que el tiempo le dio la gana. Nadie volvió a subir ese mogote, ni para quitar ni para poner otro.

¡Yo estaba loco porque Aniano me regalara una colección de revistas Life y Bohemia que él guardaba de cuando el capitalismo, y vino a regalármelas diez años después de estárselas pidiendo! «Toma, llévatelas ya, porque estoy al ponerme la guayabera de madera», que es como él llamaba a la caja de muerto. Aniano fue el único filósofo que tuvo la Unión.

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