Jesús Arencibia Lorenzo

Mario Rodríguez Fernández

En un duelo de caballeros que ya va para medio siglo, el campanil de la Universidad de Concepción en Chile (UdeC) y el Profesor Emérito Mario Rodríguez Fernández, se miden mutuamente los arrestos. La torre, de 42 metros y 50 centímetros, rematada por el infatigable reloj y su sincronía de campanas, lleva casi 80 años señoreando en las quimeras de esta casa del pensamiento. El Maestro de Literatura, de casi nueve décadas, es el docente más veterano en activo de la institución académica. Desde su oficina, la número 10 en la segunda planta de la Facultad de Humanidades y Arte, se observa a plenitud la magnífica mole vertical. Desde el balcón del campanario se divisa con exactitud la habitación encristalada, repleta de libros, donde el sabio ha diseccionado por lustros la belleza literaria del continente. El campanil tiene la ventaja pétrea de la permanencia. El Maestro tiene el arma infalible de la poesía. No habrá perdedor en este combate. Ambos, quién lo duda, son elegidos del tiempo.


Amigo entrañable y conocedor erudito de Nicanor Parra; especialista apasionado en los textos de Borges y Ricardo Piglia, catedrático hábil para “traducir”, de la mano de Michel Foucault, Gilles Deleuze u Octavio Paz, cuanta joya letrada caiga en su escritorio; romántico memorioso que conquista auditorios recitando sin perder una coma extensos poemas o narraciones; ser humano gentil, con donaire sempiterno enfundado en la más cordial sencillez; autor de una antología de cuentos hispanoamericanos que lleva más de 40 reediciones por la Editorial Universitaria chilena y siempre está agotada; fanático del fútbol, el orden y las artes plásticas; padre y abuelo de terneza al detalle… con el Profe Rodríguez, una vez se le escucha disertar, uno se siente en deuda eterna. O mejor dicho, en deuda solo pagable con el deber de seguir aprendiéndolo.

La última mañana del pasado agosto, aún soplando tardíos aires invernales, llegué a su espacio de reflexión en compañía de mi colega Dunielys Díaz. Llevaba una abusiva ristra de preguntas. Él, incapaz de recriminarme esa violación de sus derechos humanos, respondió con la delicada vehemencia que le pone a cada empeño. El viejo campanil, a nuestro flanco, dio las 11 en punto cuando iniciamos la charla.


ALGUNOS DICEN QUE EL BOOM NACIÓ EN CONCEPCIÓN


Jesús Arencibia Lorenzo: Usted contó alguna vez que en su casa “no faltaba material de lectura”, incentivado por su padre Osvaldo, profesor primario, y por su madre Elvira, quien ejerciera como directora de la Escuela N°4, en Los Ángeles. ¿Qué textos recuerda con especial afecto de ese primer romance con la Literatura?


Mario Rodríguez Fernández: Sí, mi padre era profesor primario y mi madre igual. Él se jubiló muy pronto y se dedicó a la agricultura, pero siempre le gustó mucho leer y había muchos libros en la casa. Mi madre era directora de una escuela importante y ella también leía, pero mi papá era el gran lector. Ahí igualmente tuve un profesor de castellano, Don Oscar Concha, que me pasó algunos libros, por ejemplo, leí a Martín Rivas, como primera novela. Especialmente a Concha le gustaba Rubén Darío. Entonces empecé a conocer al gran poeta. Y me quedaron allí, diríamos en la memoria, poemas, tan importantes y trágicos como “Lo fatal”, uno de los grandes textos del nicaragüense.


JAL: Estas son lecturas, digamos, complejas, para un jovencito. ¿No?


MRF: En efecto, no es la clásica lectura inicial. Rubén Darío me costó muy poco entenderlo. En lo de Alberto Blest Gana no entendía todo el extratexto y el contexto social, político, de la época. Pero me gustaba mucho el personaje de Leonor. Encontraba que era muy linda [sonríe].


JAL: Desde 1964 se desempeñó como profesor de Literatura Chilena e Hispanoamericana en la Universidad de Chile y llegó a ser director del Departamento de Español de esa sede, que fue durante mucho tiempo el centro intelectual del país, según ha dicho usted. Cuénteme un poco del ambiente intelectual que vivió en esos años.


MRF: Lo que se conocía como el Instituto Pedagógico, que es muy antiguo, donde estuvo Rodolfo Lenz y otros profesores de Alemania, muy importantes, después se pasó a llamar Pedagógico, y con la reforma del año sesenta y ocho, se renombró como Sede Oriente. Y ahí estaba el Departamento de Castellano, no de Español, de Castellano en aquella época. Era un departamento con grandes profesores. Ahí estaba Ricardo Latcham, uno de los críticos latinoamericanos relevantes; Mariano Latorre, figura central del criollismo chileno… Ellos me hicieron clase, y después llegaron profesores como Antonio Doddis Miranda, en Literatura Española. Curiosamente, algunos años después hubo un problema aquí en la UdeC para la clase de Literatura Española y el Director de Departamento, que era Nelson Cartagena, preguntó: “¿bueno y alguien de literatura chilena no podría asumir? Y yo me atreví a hacer una clase sobre Fray Luis de León porque me acordaba de las lecciones de Doddis Miranda, las tenía vívidas. Así es que expliqué a Fray Luis, y creo que resultó.


Después llegaron profesores como Félix Martínez Bonati, el gran teórico latinoamericano, y Cedomil Goic, que es autor de de un sistema generacional para explicar la historia de la novela y publicó un libro sobre la novela hispanoamericana. Un libro casi diríamos clásico. Seguidamente, cuando yo era director, tuve la ocasión de participar y favorecer el nombramiento de jóvenes estudiantes que estaban terminando su carrera y se incorporaron al departamento, entre ellos Ariel Dorfman, especialista luego en los medios de comunicación, con su famoso libro Para leer al Pato Donald


Entonces el departamento era, según creo, el lugar intelectual más importante de Chile, y también a un alto nivel hispanoamericano. Y no solo el Departamento de Español, igual el de Historia, con grandes historiadores, como Guillermo Feliú Cruz; asimismo el de Filosofía, con relevantes filósofos, como Jorge Millas, Juan Rivano… El Pedagógico, por tanto, fue realmente un foco (como se decía entonces) del humanismo en Chile.


En el setenta y tres, entraron los milicos y nos echaron a todos. Ahí terminó todo. Y yo me vine a la Universidad de Concepción. Porque ya aquel lugar no existía, y después fue una especie de feudo pinochetista. Entonces llegué en el setenta y cuatro a aquí, a la UdeC. Gracias a un amigo, Dieter Oelker Link, que después sería decano, pero entonces era Jefe de Área y favoreció mi ingreso.


JAL: De esa etapa en el Pedagógico es el ensayo sobre el Modernismo en Chile e Hispanoamérica, una de sus obras más referenciadas… ¿No era demasiado osado para un todavía joven investigador como usted llegar a esgrimir criterios investigativos que podrían resultar polémicos para otros estudiosos, por ejemplo, ordenar los poemas seleccionados por la motivación?


MRF: Mire, ese libro se agotó y en la Editorial Universitaria me pidieron que lo reescribiera. Tengo que reescribirlo, porque hoy día es totalmente distinta la interpretación del Modernismo a partir de autores como Octavio Paz, por ejemplo. De manera que tengo esa idea, pero en verdad fue bastante novedoso entonces porque se basaba en la teoría de los motivos, de Wolfang Kayser, un estudioso alemán. De ahí que ordené la antología por motivos. Por ejemplo, el motivo “la belleza manchada”, que se llamaba. Decir: la belleza no se mostraba en su idealidad, sino también en lo oscuro, muchas veces, incluso, en lo demoniaco que tenía. Esa idea venía de un autor italiano, que había escrito un libro sobre la agonía romántica. Ahí entonces yo encontré esa conexión entre el modernismo y la llamada agonía romántica. Fue novedoso, bien criticado y mal criticado.


JAL: Más de 20 años dirigió usted en la UdeC la revista Atenea, lo cual, si no es un récord, constituye un gran average. Se ha referido a que a que fue una etapa en la que logró posicionar la revista en estándares internacionales altos, como los índices científicos. ¿Cuál fue su método y cómo lo ve a la distancia? ¿Cómo lograr combinar en una publicación así el rigor académico y la belleza de la escritura y hacer un producto terminado de buen empaque?


MRF: La revista Atenea parte de los años cincuenta. Y tuvo mucha influencia en la cultura chilena. Pero a partir, yo diría, de finales de la década del 60, año 68 quizá, hubo un quiebre, que habría que examinar a la luz de la historia y de la ideología. Enrique Lihn fue nombrado director de la de revista, y él consideraba que había sido una publicación burguesa, por lo cual se propone hacer otra revista, “progresista”, diríamos, comprometida con el socialismo, y la llamó La Nueva Atenea. Claro, La Nueva Atenea duró como tres números porque, especialmente los lectores extranjeros, no entendían nada, desde el propio cambio de nombre. Después, cuando la universidad fue intervenida por la dictadura, la revista se puso aséptica, muy generalista, no tocaba temas de la contingencia, ni temas muy críticos.


Cuando yo recibí la publicación, el director que me antecedió, Tito Castillo, que era periodista, había logrado ya introducir algunos autores que la dictadura tenía prohibidos, cancelados. Se había dado ese paso. Entonces llegué en el contexto en que la universidad recuperó su autonomía, con el primer rector democrático, Augusto Parra, y se me encargó que la dirigiera. Traté de cambiarla desde el formato primero (tenía un formato muy anticuado) y enseguida intenté adherirla hacia el ámbito nacional —recuperando un poco el aire de los cincuenta— e internacional.


De cierta manera Atenea se internacionalizó. Y aunque muchos hoy día consideran que esto pertenece al sistema neoliberal, al modelo neoliberal, la revista pudo ingresarse en índices académicos de corriente principal, entre ellos SCOPUS, ISI y SCIELO. Entonces pasó a competir entre las grandes revistas. Y fue muy importante el impacto de la publicación, cuánto la comenzaron a citar. La publicación pasó a tener un índice de impacto bastante alto para una revista humanística. La transformamos en una revista de humanidades, fundamentalmente, porque antes era de ciencia y literatura. Mire, yo estoy contento con ese resultado.


JAL: Leí también que usted fue director de la filial en Concepción de la Sociedad Chilena de Escritores… ¿Cómo es representar a los creadores y a los estudiosos literarios? Digamos, ¿qué tal el mundillo de la sindicalización de la creación artístico-literaria?…


MRF: Eso fue en la misma época de la dictadura. De ahí que estar en la sociedad de escritores conllevaba ciertos riesgos, porque se trata de organizaciones que por su propio carácter son críticas. Pero junto a otros profesores, como Patricio Oyanader, el director del Departamento de Filosofía, logramos llevar las cosas por un buen cauce y se fue potenciando la entidad aquí en Concepción.


JAL: Había un ambiente cultural en la ciudad bastante intenso ¿No? Estaban recientes aquellos encuentros culturales que organizó Gonzalo Rojas y otros destacados creadores. Hábleme del entorno que lo acogió, no tanto en la UdeC, sino en general en la región…


MRF: Debo decir que yo me vinculé a la UdeC, fundamentalmente, bajo el influjo de esos encuentros de escritores que gestó Rojas. Realmente eso fue de un gran impacto a nivel latinoamericano. Algunos dicen que el Boom de la Literatura Latinoamericana nació aquí. Porque estuvieron autores como Carpentier, García Márquez, Vargas Llosa. Especialmente este último. Muy joven entonces, ya era un orador fabuloso, muy inteligente. Dígase también que era buen mozo, el tipo se paraba, pedía la palabra y todos nos quedábamos fascinados, por el encanto de Vargas Llosa. Fue, diríamos, una vinculación con lo más importante de la Literatura Hispanoamericana.


LA LITERATURA: UN GRAN HIPERTEXTO


JAL: Hablando de grandes figuras, usted es un especialista en la obra de Nicanor Parra, hay muchos papers, la órbita de Nicanor, y referencias suyas a su impronta. ¿Cómo fue ese deslumbramiento inicial que tanto trigo le dio?


MRF: Yo conocí a Nicanor mucho más de cerca, y al final terminamos muy amigos, cuando fui director del Departamento de Castellano en el Instituto, antes del Golpe de Estado. Entonces él era profesor en el Departamento de Física. Impartía Mecánica Racional. Y el decano, don Hernán Ramírez Necochea, que era comunista, un tipo justísimo y un gran historiador, tuvo un problema con él. Resulta que Ramírez, persona además muy ordenada, tratando de disciplinar un poco los procesos, decidió que los profesores cumplieran horarios. Había que hasta firmar un libro de entrada y salida, lo cual ya caía en una burocracia extrema. Entonces Nicanor, que padecía estos sinsabores, llegó un día, firmó y se dio cuenta de que no le habían asignado una oficina, de que no tenía dónde instalarse. En ese instante, típico gesto parriano, salió para las afueras de un departamento muy nuevo, donde había un prado hermoso; le pidió la máquina de cortar césped a un jardinero y se puso a cortar pasto.


A los diez minutos llegó toda la televisión de Santiago. Entonces el decano me consultó: “¿Tú me puedes ayudar? ¿Por qué no te llevas a Nicanor al Departamento de Castellano?” Respondí: “Perfecto. Voy a hacer un seminario sobre poesía, en el horario que él quiera”. Así llegó Nicanor al Departamento de de Castellano e impartió un seminario sobre poesía erótica, del que todas las niñas salían sonrojadas. Y una de las cosas que inventó fue poner en la puerta del Instituto “la mujer de fuego”, una especie de estatuilla sobre un pedestal, que, literalmente, emitía fuego por la boca, los ojos, la nariz… y por la vagina… Imagínese, una herejía.

Ahí empezó una amistad muy muy cercana con Nicanor. Tanto, que él fue varias veces a mi casa en Los Ángeles. Mi padre tenía un campo y allí lo invité. Íbamos en un auto Volkswagen —viaje interminable, porque Nicanor no corría a más de sesenta o setenta kilómetros por hora—. ¿Motivo? No quería matar los mosquitos que se detenían contra el parabrisas. (risas). Después también yo pasé tiempo en su casa. Y, definitivamente, nos hicimos muy amigos.


Parra es para mí un poeta tan revolucionario que cambió la poesía. Además, no he conocido una persona tan inteligente como él. Conversar con Nicanor era un infinito placer, pero al mismo tiempo era un sufrimiento, porque uno tenía que decir exacto cada asunto, tenía que contestar con precisión todas sus proposiciones. De pronto comenzaba a recitar un poema en inglés o en francés. Y de las ciencias exactas, ¡cuánto sabía! Escribió incluso un libro sobre Newton. Fue todo un personaje, lúcido hasta su último año de vida, ya con 103 cumplidos.


JAL: Hay otra gran figura, que es como la antítesis de Nicanor, también muy estudiado por usted: Pablo Neruda. ¿Cree que abunda la poesía latinoamericana que se sitúa, digamos, gananciosamente, en medio de los dos, o los escritores toman partido por uno u otro con mayor frecuencia?…


MRF: La relación entre estos dos colosos fue contradictoria. Por ejemplo, me contaba Nicanor que lo invitó Pablo Neruda a pasar un fin de semana en Isla Negra. Entonces Nicanor fue en bus. Y en el bus se le quedó un maletín con los originales de su primer libro: Poemas y antipoemas. Cuando llegó a la casa de Neruda, ya desolado, y le contó, aquel le dijo: “mira, no te preocupes, yo voy a mover mis contactos. Y empezó a llamar a todos los choferes de los buses que llegaban a Isla Negra. (Todos eran comunistas, bromeaba Nicanor). Hasta que en la comida, por la noche, cuando Parra estaba sentado a la mesa, se presenta Neruda, con una manta de Castilla, se para muy teatral y dice: “tatatatánn, tatatatánnn, ¡apareció!” y debajo de la manta llevaba el maletín. De ahí que esa era, hasta entonces, una relación de amigos.


Pero, a ver, creo que escrituralmente, todo lo que concibe Nicanor tenía, de una u otra manera, como referencia a Neruda. Y fue, diríamos, una poesía contra Neruda. También contra De Rokha. Recuerde que él dice: “los poetas bajaron del Olimpo”. Y hay que terminar “con la poesía de vaca sagrada”, Neruda, la vaca sagrada, y con “la poesía de toro furioso”, que era la de De Rokha. Entonces, toda la poesía de Nicanor, de una u otra manera, es una respuesta a la poesía de Neruda ¿Por qué? Pues, como dice Harold Bloom: cuando un poeta decide hacer una poesía revolucionaria, tiene que abrirse un espacio, para que sus textos lleguen a la a la crítica y a los lectores. Entonces lo que hacía Nicanor Parra era una lectura “errónea”, una “mala lectura” de Neruda, para buscar su propio espacio.


Por ejemplo, el poema “Amor no correspondido”… tiene relación directa con “Alturas de Machu Picchu”. Mientras Neruda llama: “Sube conmigo, amor americano. / Besa conmigo las piedras secretas […]. / Sube a nacer conmigo, hermano. / Dame la mano desde la profunda / zona de tu dolor diseminado”… Parra ironiza, desacraliza: “Bajando de Machu Picchu / Perlas challay / Me enamoré de una chola / Chiguas challay / Más linda que una vicuña / Perlas challay / Pero ella no me hizo caso / Palomitay / Eres demasiado viejo / Perlas challay / Me dijo y huyó riendo / Chiguas challay”…


JAL: “Hay pocos sentimientos tan desgarradores como esos, los de constatar que lo que se perdió, se dejó o abandonó ya no es posible volver a tenerlo”, comentaba usted a propósito del poema de Nicanor Parra sobre el hombre imaginario. A partir de ahí quería preguntarle, ¿solo el desgarramiento produce poesía? ¿O acaso la felicidad también puede ser un buen impulso creativo?


MRF: Las dos cosas. Las dos. Mire, muchas veces, como dice Ricardo Piglia, el crítico, cuando está hablando de los libros, en realidad está hablando de sí mismo. Con lo cual, la crítica es una especie de autobiografía. Esa idea del desgarramiento que produce —usted es muy joven quizá para comprenderlo— ese saber lo que uno ha tenido que nunca podrá volver a tener, esa es una experiencia personal ¿No es cierto? Entonces, desde ese punto de vista, como dice Piglia, la crítica es la forma moderna de la autobiografía. Más que estar hablando del otro, del poeta, uno está confesando sobre sí mismo. Y esa es un vivencia muy fuerte.

Octavio Paz dice en un texto muy bello —La otra voz— que la poesía es la consagración de la belleza del instante. Es decir, que la poesía detiene el tiempo. En el tiempo hay un remanso… Y en ese remanso se produce la belleza, diríamos la belleza esplendorosa e inaudita de la poesía. De manera que la poesía puede ser ese dolor irreparable del hombre imaginario, pero también puede ser la consagración del instante.


JAL: Llegando al Amor y a las canciones desesperadas que este produce, recuerdo un bello texto suyo, titulado “Cuando dos se besan ¿cambia el mundo?” ¿No le da a veces la sensación de que cada vez da más vergüenza escribir poesía de amor, como si todo ese universo amoroso ya se hubiese dicho?


MRF: Parece bastante razonable su opinión. Mire, ese verso, “si dos se besan el mundo cambia” es de Octavio Paz, de su poema “Piedra de sol”. Ahora, el tema es que en ese poema, como parte central, hay una fecha: mil novecientos treinta y siete. La fecha en que los fascistas bombardearon Madrid. Hubo miles de muertos bajo los aviones alemanes. En ese texto, cuando comienzan los aviones, las bombas, la destrucción, la sangre, dos amantes se desnudan y se besan, porque el amor es más fuerte que el odio y la guerra. Pero Neruda escribió España en el corazón, un hermosísimo poema que habla de lo mismo, del bombardeo del fascismo sobre Madrid. Y el poema de Neruda es totalmente comprometido… Entonces Neruda dice: “Generales / traidores: / mirad mi casa muerta, / mirad España rota: / pero de cada casa muerta sale metal ardiendo / en vez de flores, / pero de cada hueco de España / sale España, / pero de cada niño muerto / sale un fusil con ojos”…


Uno advierte la tremenda diferencia entre ese tono imprecatorio de Neruda, aludiendo a la venganza, a los muertos y la maldición sobre los generales traidores y el poema de amor de Paz. Los he discutido mucho en clases y pido opiniones. Casi todos se van con el poema de Neruda, solo algunos con el de Paz. ¡Ah, pero el de Paz!…


JAL: Sobre el poeta de “Los heraldos negros”, afirmó usted: “lo que define la singularidad de Vallejo dentro de esta larga tradición es el partir de situaciones concretas, cotidianas y aun degradadas […] para alcanzar el universo de la trascendencia y de lo absoluto”. Siempre se ve a Vallejo como una influencia poética determinante para los escritores que comienzan. En su caso, investigador y amante de la poesía, ¿cómo le llegó?


MRF: Considero que Vallejo y Neruda, que son de la misma época, son los dos grandes poetas latinoamericanos. Y ahí pudiéramos aludir, con Benedetti, a la contraposición entre el bando de los de Vallejo y el bando de los nerudianos. Los dos en su dimensión, son enormes poetas. Yo me atrevería a decir, no obstante, que Vallejo va a persistir más que Neruda. Los poemas de Residencia en La Tierra, de Neruda, van a durar más de cien años —ya han durado más de 50—. Hay poemas preciosos, como “Barcarola”… “si solamente pusieras tu boca en mi corazón, / tu fina boca, tus dientes, / si pusieras tu lengua como una flecha roja / allí donde mi corazón polvoriento golpea…”, es un poema de amor hermosísimo. ¡Y a Neruda lo acusan de machista!… “Si solamente pusieras tu boca en mi corazón. ¡Qué verso más bello! Esos textos van a persistir. Pero otros, como aquellos donde dice que González Videla es una rata… bueno, hay que comenzar por explicar quién era González Videla ¿No? Pero Vallejo no, sobre todo el Vallejo de Trilce, tiene poemas insuperables.


En cuanto a la referencia del partir de lo cotidiano, el primer poema de Trilce, que dice: “¿Quién hace tanta bulla”… Es un poema, fíjese, que se refiere a una experiencia concreta, cotidiana. Es la experiencia del sujeto poético haciendo su necesidad en un pozo negro, sentado. Y alude a cuando él estuvo en la cárcel. Entonces, los guardias le golpeaban el zinc para que saliera de ahí. Por tanto, ese poema está construido sobre esas vivencias directas. Pero después se eleva a la trascendencia. Un poema bellísimo, sobre algo tan elemental (y si se quiere antipoético) como el acto de defecar. Una belleza distinta, de lo más bajo poder remontarse a la utopía.


JAL: En una entrevista radiofónica con Jorge Luis Borges, este, tan temerario siempre, dice que para él Gabriela Mistral era una superstición chilena. Y sin embargo, por supuesto, mucha gente la considera la gran poetisa latinoamericana, la madre alfa, digamos, de la poesía en nuestra región. ¿Cuál ha sido su acercamiento a ella?


MRF: Los primeros contactos con ella fueron bastante temprano en mi carrera: tuve que explicarla en el Pedagógico, con el texto Desolación. Bueno, yo encontraba que, no era una superstición, pero sí una poesía, digamos, neorromántica que entonces no me atrajo; pero cuando llegué a sus textos vanguardistas me di cuenta de que había otro tipo de poesía en Mistral. Una poesía algunas veces casi enigmática. En poemas como “La copa”, por ejemplo: “Yo he llevado una copa / de una isla a otra isla sin despertar el agua”. ¿De qué está hablando? ¿Una copa? Y entonces uno lo empieza a analizar y está hablando de la virginidad, una metáfora de la virginidad. Por tanto, no es un poema como aquel de “Piececitos de niño, / azulosos de frío”, sino otro tipo de verso. Y esos textos, por supuesto, me parecen fundamentales.


Creo que Mistral ha sido releída, reinterpretada, especialmente por la teoría feminista, para mostrarla como una de las grandes poetas latinoamericanas. No pienso que sea una superstición chilena. Aunque esos desplantes son típicos de Borges.


JAL: Recuerdo unas reflexiones muy hermosas de Dulce María Loynaz sobre Gabriela, decía algo así como que era asombroso el caso de esta escritora, se preguntaba Loynaz dónde y cómo esta simple maestra rural había leído tanto, había asimilado tanta cultura, para mostrar una poesía de tal altura. ¿Cree usted que la poesía puede llegar como un don, sin haber leído mucho, sin haber digerido una gran cultura artístico-literaria, o realmente se requiere toda una preparación para ejercerla a plenitud?


MRF: Mire, le respondo citando al propio Borges. Él dice que no hay escritor sin un previo lector. El que no ha leído, puede escribir, pero como cuestión del alma, de su experiencia más básica. La poesía, la literatura, tiene una base fundamental en la intelectualidad. Siempre la poesía es un intertexto. Digamos, la propia Mistral leyó La Biblia, y tiene una relación muy directa con este gran texto. Neruda y Nicanor Parra, igual. De tal suerte que primero hay que leer y después escribir. Dice Piglia que hasta los escritores que se creen más espontáneos, no lo son. Siempre hay un intertexto. Siempre hay un escrito anterior. Digamos que la literatura es un gran hipertexto.


JAL: “El sol de la revolución —escribió usted— ya no ilumina a los poetas, nadie piensa ya que la poesía puede cambiar el mundo o en los ‘deberes del poeta’, y si lo piensa es desde una posición absolutamente descentrada, como la del género, de las minorías étnicas, sexuales o ambientales”. ¿Será entonces que Poesía y Utopía ya no tendrán más coincidencia que la rima?


MRF: Pues sí, resulta difícil encontrar en los poetas actuales una poesía que sea directamente revolucionaria (en el sentido político), como es la poesía de Neruda. La poesía en sí misma siempre es revolucionaria, en cuanto al empleo de un lenguaje totalmente distinto al lenguaje cotidiano, lo cual hace que las palabras signifiquen otra cosa. Desde ese punto de vista, las palabras cambian el mundo. Es decir, hacen política. Pero política entendida en el sentido más directo y frontal, no, yo no lo veo en este momento. Porque no hubo buenas experiencias, especialmente entre los soviéticos. No quedó ni uno de los poetas “revolucionarios”, ni de los demás escritores, los que quedaron fueron los otros, los marginados, como Aleksandr Solzhenitsyn. No trasciende ninguno de los que cantaban a la Revolución, en loas al amor arriba de un tractor, por ejemplo (que es un poema que encuentro espantoso) [sonríe]. Dicho sea de paso, debe ser una proeza el amor encima de un tractor…


LA ESCRITURA SALVA


JAL: Dejemos ahora un poco a los poetas y vayamos a los críticos: la relación del crítico con los autores y lectores, ¿cuántas complejidades atraviesa?


MRF: Tendríamos que historiar el tema. Hubo un tiempo, me refiero aquí en Chile, pero en Cuba o en cualquier otro país puede ser igual, un tiempo en que la crítica literaria y la crítica cultural estaban incorporadas a la cultura, incluso viabilizadas por los estados nacionales. Los críticos eran, diríamos, una voz que guiaba el desarrollo de la sociedad. Por ejemplo, Pedro Henríquez Ureña, o Rodó. Pensemos en Rodó y su texto Ariel. Cuando Rodó dice que Latinoamérica representa el espíritu frente al materialismo norteamericano… eso caló muy hondo en la educación.


Pero hoy día el crítico ha ido perdiendo ese rol central. Hay una crisis. Y Beatriz Sarlo se ha referido a ello. Ya la crítica literaria no moviliza los programas educacionales. No moviliza, diríamos, el alma de los profesores. Ha pasado a ser como un coto cerrado de especialistas. Un discurso casi hermético. De manera que ha cambiado mucho el papel del crítico; y por eso los estudios literarios están siendo desplazados por los estudios culturales, esas teorías nacidas en Inglaterra, con Stuart Hall.


Dichos estudios establecen un nexo inmediato con la realidad política. Así que la crítica atraviesa un momento difícil. Además, ha entrado en crisis la idea del juicio estético. El crítico, como Alone [Hernán Díaz Arrieta] en Chile, que tenían un oficio, ha fracasado. Incluso Alone, que era un tipo bien caprichoso, afimaba que el crítico es como un catador de vinos. Toma un sorbo y dice si es un buen vino o no. El crítico solía leer dos versos, saborear y sentenciar: “malos”, y no seguir leyendo. Pero eso ya no pasa. Ese refinado juicio valorativo se ha perdido. Es muy difícil que alguien diga: “Mire, este poeta no tiene ningún porvenir, es mala su poesía. Se ha perdido eso, que es tan importante. La quintaesencia del juicio estético.


JAL: En varias ocasiones, usted ha mencionado esta influencia de los estudios culturales; y la necesidad de rescatar la valoración de la literatura desde la literatura, desde la belleza estética y no tanto buscando nexos con otras disciplinas y otros aspectos de la sociedad. ¿Cree que esa posición de los estudios culturales asumida por algunos pudiera ser, digamos, una puerta más fácil para encarar la labor crítica?


MRF: Definitivamente es una forma más fácil. El mismo Walter Mignolo, que ha propuesto los estudios subalternos, dice que los estudios culturales sirven para armar currículum. Una forma de subir en la carrera. Y él se pregunta: ¿cuál es el gran estudio cultural que tenido una influencia decisiva sobre la sociedad? Entonces ya hay críticas también en Argentina, con Sarlo, y en Chile con Nelly Richard. Yo creo que los estudios culturales pertenecen más a la antropología. A la Antropología Cultural y la Sociología. Pero nosotros, nuestro campo, es el campo literario. Entonces, no perdamos este campo. Podemos incursionar en la Antropología y en la Sociología. Perfecto. Pero partiendo de nuestro campo temático. Porque si no, ¿qué? De pronto ahora digo: me interesa más la Química, me interesan las ciencias naturales… Pues sea profesor de esas materias y listo.


JAL: Volviendo a Borges, dice en “El escritor argentino y la tradición”: “lo verdaderamente nativo puede prescindir del color local”. ¿Cuánto afectan los regionalismos, las miras demasiado provincianas a los estudios literarios?


MRF: Tremendo tema el que me plantea. Mire, esa idea de que los factores regionales, especialmente la naturaleza latinoamericana, las costumbres latinoamericanas y la historia latinoamericana deben ser los temas de nuestra poesía, tal y como plantea Andrés Bello en “Alocución a la poesía”, cuando invita a la poesía a desplegar sus alas y en un vuelo transatlántico llegar al Nuevo Mundo y hablar de estos asuntos… Borges rechaza esa idea. Esa noción de que el regionalismo es lo que diferencia, lo que define la literatura hispanoamericana. Cree que el regionalismo sí sería una superstición. Según el gran argentino, excepto algunos casos, como el Martín Fierro, el regionalismo no ha producido los grandes textos hispanoamericanos.


Entonces Borges —y Ángel Rama también, que habla de la oposición entre regionalismo y vanguardismo— enfoca una cuestión muy singular. Él defiende las culturas regionales de una manera bastante inteligente: en el sentido de que las culturas regionales puedan darle un matiz distinto a la cultura universal. Por ejemplo, él se refiere al autor norteamericano William Faulkner —Mientras agonizo—, quien utiliza el llamado flujo de la conciencia. Ocho personajes hablando de la muerte de la madre. ¿Qué es lo que hace Juan Rulfo en Pedro Páramo? Ese flujo de la conciencia lo reemplaza por el comadreo, por las comadres que están ahí en las puertas de sus casas copucheando. Con ese punto de vista, entonces, según Rama, hay que rescatar ciertos matices de la cultura regional. Borges va más allá. Propone la apropiación: apropiarse. Nuestra tradición, defiende, es la de todo el mundo. Qué debemos hacer: apropiarnos. Ese es nuestro botín, el botín de del tercer mundo, del marginado. Nada más y nada menos que el centro. Y nos podemos apropiar de ese botín y decir: “Cervantes es nuestro”. “Kafka es nuestro”. Es una tesis bien bien polémica, pero, fíjese que me gusta [sonríe].


JAL: “Escribir: domesticar en el interior la fuerza salvaje del afuera. Escribir: construir un pliegue, una concha de caracol, para poder respirar en el ‘vacío irrespirable’”, ha dicho usted. ¿Cómo son sus rutinas de escrituras? ¿De qué estrategia se vale para domesticar esta fuerza?


MRF: Bueno, yo lo diría en forma simple con este hermosísimo poema de Enrique Lihn: “porque escribí, porque escribí estoy vivo”. La escritura es una forma de sobrevivencia en buena medida. Cuando uno llega a viejo y los amigos se van muriendo, y las amigas ya no están… Entonces la escritura salva. Pensar en Borges, pensar en el afuera, en Deleuze y Guattari ¡Ah! ¿Cómo entenderlo? Ese ejercicio intelectual lo hace a uno mantenerse vivo. Lo hace mantenerse a uno joven. Entonces yo diría: porque escribí más de trescientos artículos y algunos libros, es que estoy vivo. De lo contrario, estaría únicamente mirando la televisión, viendo algunas leseras.


JAL: Ahora que menciona a Deleuze y Guattari, usted los utiliza bastante como arsenal teórico. ¿Cree que son lo suficientemente útiles y manejables para cualquier investigador o que su nivel de complejidad es demasiado filosófico.


MRF: No, no, está claro que son complejos. Pero, mire, la idea que yo he expuesto en otro artículo es la de la teoría como caja de herramientas. Es decir, tal como la llave cruz en un auto sirve para sacar las tuercas de la rueda, también la teoría es un modo operatorio ¿No? No es quedarse en la teoría, sino utilizarla a nuestro favor. Y desde ese punto de vista yo utilizo a Deleuze, que es muy complejo, a Guattari, como caja de herramientas. Los utilizo, pero funcionando. Digamos, la teoría del rizoma. Si me pregunto, ¿qué es una novela rizoma? Ahí está Rayuela, de Cortázar. Puedo entrar y salir por cualquier capítulo, el 8, el 57… Hay que emplear así la teoría, y no quedarte en la discusión del concepto rizoma, sino entenderlo de una manera que sea lo suficientemente, diríamos, potable, para examinar textos.


JAL: Otro autor que usted “aterriza” con frecuencia es Michel Foucault…


MRF: Sí, lo admiro mucho. Tengo un libro escrito sobre la novela panóptica. Es fascinante la cuestión del poder. Entenderla resulta fundamental. Sus ideas también son profundas, complejas. Qué decodificar como sociedades disciplinarias y sociedades de control. Y ahí ocurre que uno debe encontrar la herramienta. Para no ir muy lejos: se puede ver la propia sociedad chilena de hoy, que está pasando de ser disciplinaria a una fase de control. Hay una crisis en las instituciones, que es, a fin de cuentas, crisis de una de las formas del poder. Hoy día están en crisis las universidades, las escuelas, todos los lugares de encierro… el cuartel, el hospital. ¿No es cierto? Existen las ambulancias que van a domicilio a tratarlo a uno. Las escuelas, con espacios cerrados; instituciones que están entrando en crisis, porque hemos llegado a la sociedad de control, a la sociedad vigilada computacionalmente por las máquinas. O sea, los presos no más en la cárcel, sino en las calles, con la tobillera electrónica. La cultura, las formas de poder están cambiando. “Literatura y poder” es un tema apasionante. Hay que estar constantemente enfrentándolo.


JAL: Aparte de a la poesía, usted se ha dedicado con intensidad a la narrativa. De hecho, su obra más conocida, la Antología de cuentos hispanoamericanos, lanzada en 1970 por la Editorial Universitaria, ya va por más de 40 ediciones (¡vaya privilegio!)… ¿Qué cuento de la literatura latinoamericana le habría gustado haber escrito?


MRF: Oh, hay tantos que me gustaría… Pero bien, dados a elegir, me hubiera gustado escribir, de un autor chileno, Daniel Riquelme, un cuento que se llama “El perro del regimiento”. Es un cuento bueno, de su época costumbrista, muy bien escrito. Y, claro, alguno de Borges, “El sur”, “El jardín de los senderos que se bifurcan”. Esos. Y de Cuba: alguno de Reinaldo Arenas, un tremendo autor perseguido y humillado.


JAL: En este mundo de los cuentos, a usted le encanta el método de Piglia para analizarlos. Siempre cree que hay una historia no contada debajo de la explícita. La historia secreta. ¿Cuándo comenzó a incorporar a Piglia a su caja de herramientas?


MRF: Debió ser unos 10 o 15 años atrás. Cuando conocí a Piglia estuve en Buenos Aires y le pedí una entrevista. Me junté con él en la librería Orfeo, en Buenos Aires, una tremenda librería. Ahí entré, había un aire solemne, le pregunté a una autoridad de la institución por Piglia y me señaló con reverencia: “El Maestro está allí”. Ahí estaba, vestido de negro. Era muy simpático. Inteligentísimo. Recuerdo que hablamos de muchos temas, uno de ellos, Rayuela. Me comentó su idea de que todo cuento narra en verdad dos historias. Desde ahí lo empecé a utilizar; y tuvimos una constante relación, hasta su muerte (que murió de una enfermedad tan rara). Las conferencias de Piglia eran un fenómeno. La gente se quedaba con la boca abierta, porque era un tipo tan, pero tan inteligente. Le brillaba la mirada con una singular luminosidad; y decía cada frase… porque le gustaba la frase memorable: todo un personaje.


INTERPRETAR LA BELLEZA DETALLE POR DETALLE


JAL: A propósito de personajes, ¿qué figuras del ámbito literario latinoamericano, aparte de estos que ha mencionado, lo han impresionado más vivamente en lo personal?…


MRF: Pablo Neruda en Chile. Estuve en su casa, conocí a su mujer. Era bastante difícil, mandona, pero con razón, porque Neruda se las hacía [sonríe]… José Donoso: otro personaje, alguien tan especial. Fuimos amigos. Por una parte lleno de miedos y por otra parte tan osado. Una especie de bipolaridad que lo hacía atractivo. Y de afuera: Mario Benedetti. Gran poeta, gran novelista. Pienso que superior como novelista incluso. También conocí a Roque Dalton poco antes de que muriera. Un ser de un ingenio deslumbrante. Inmenso poeta.


JAL: “Puede que la gente lea más hoy en día, gracias a la tecnología, pero se ha perdido profundidad y hay muy poca comprensión de lectura. Paradójicamente, se están publicando más libros que nunca”, comentó usted. Si ahora mismo le pusieran frente a todos los maestros de literatura, digamos, de Chile, y ellos le pidieran pistas para mejorar esa comprensión lectora de sus alumnos, ¿qué les diría?


MRF: Estamos hablando de una gran falencia. Fenómeno curioso que en el momento en que se anuncia la muerte del libro (de papel) en Chile se publican muchos más libros que años atrás. Pero quizá se comprende menos. Respecto a la comprensión lectora, mire, yo hice un curso para estudiantes de Derecho sobre Borges. Y lo hice analizando pequeños textos de él, casi palabra por palabra. Por ejemplo, se vio “La trama”, donde dice: “Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de sus amigos”…


Entonces les pedí que habláramos sobre cada una de las palabras y giros. Para que el horror sea perfecto… ¿Cómo puede haber un horror perfecto? ¿Por qué, para qué? Es deseable una felicidad perfecta, pero para qué un horror de esa categoría. ¿Cómo se llama eso? ¿Ah? Lo mismo con los “impacientes puñales”: ¿son los puñales los impacientes o los que los manejan? ¿de qué recurso metafórico estamos hablando? Y así… los muchachos se quedaban maravillados… De ahí que un buen consejo sea: leer e interpretar detalle por detalle la belleza literaria.


JAL: Saliéndonos un tanto del ámbito estrictamente literario, usted también es un apasionado del fútbol. Fue dirigente de las divisiones inferiores del club de fútbol de la Universidad de Chile, en 1960, y después, en los años 90, presidente de la rama de fútbol de la Corporación Deportiva de la UdeC ¿Cómo ha vivido Mario Rodríguez “el fútbol a sol y sombra”, para decirlo con un título de Eduardo Galeano?


MRF: El fútbol es, sobre todo, un hecho cultural. Si usted ve en Europa jugar el Manchester contra el Liverpool, y ve la hermosura de las canchas… Es un hecho cultural, con todos sus protocolos. Yo soy fanático. Incluso he ido a España a ver jugar al Real Madrid en su estadio. Una joya. Entonces es un espectáculo que trasciende el ámbito deportivo. Siempre me gustó el fútbol. Lo practiqué, no era muy bueno [sonríe], pero hacías goles. Y fui dirigente de fútbol hasta este año, 2022, que no me presenté a la reelección, porque ya era suficiente. Es mucho tiempo en trajines, viajes. Anduve por todas partes con el equipo. Jugamos con Venezuela, para allá iba. ¿A Paraguay? Pues a Paraguay… ¿Cuántas veces? Colombia, Brasil… Y entonces ya uno no está para tanto ajetreo… [ríe].


JAL: Ya que lo menciona, usted ha recorrido el continente, ¿qué escenarios, qué lugares latinoamericanos lo han impresionado más?

MRF: Cuba me impresionó mucho. No tanto La Habana nueva, donde hay hoteles de lujo, como La Habana Vieja, donde está el hotel en que se hospedó Hemingway, el Ambos Mundos. También la Bodeguita del Medio. Otra ciudad que me conquistó fue Buenos Aires; pero el Buenos Aires de hace muchos años, con sus cafés, el barrio La Recoleta… Estuve donde había estado Borges, Gardel, una ciudad tremendamente atractiva, cultural. Hoy día uno llega a Buenos Aires y es otra cosa, está sucio y no es el mismo. Y Asunción, igualmente me gustó mucho: es como Chile en el año 1960, ni siquiera hay semáforos. Es como volver al pasado. Y de otros continentes: Madrid y Moscú. Impresionantes la Plaza Roja, las iglesias allí. Volvería a Moscú si pudiera.


JAL: Y en la vida hogareña, ¿qué le gusta hacer? ¿Cuáles son sus deleites? ¿Cómo organiza el día?…


MRF: Bueno, cuando voy a Los Ángeles, que voy a menudo a ver a mis hermanos, —son dos, menores que yo y abogados de profesión—, disfruto mucho el juntarnos, beber una copa, comernos un buen asado. También leer (¡por supuesto!). Voy a cumplir 90 años, ¡90 años! Y todavía me sé comienzos de novelas de memoria. Y las recito y los alumnos se asombran. [Y comienza a recitar la primera página de Cien Años de Soledad].


En la casa me gusta fundamentalmente el orden. Soy maniático, obsesivo con el orden. A lo largo de mi vida he comprado muchos cuadros. Entonces tengo un montón de pinturas. Y me encanta mirarlas. Ver los cuadros ahí, de grandes pintores como Mario Toral… Sobre el nexo de las artes plásticas y la literatura escribí, a propósito de un libro de Roque Scarpa, un volumen de poemas sobre los cuadros de la Pinacoteca. Entonces, escribí sobre Roque, que fue también un amigo. Me encantan las artes visuales.


JAL: Como lector, como profesor, intelectual, cuando mira una obra tan vasta, ¿qué otra cosa le hubiera gustado hacer, o hacer distinto? ¿Qué temas quisiera investigar que no ha estudiado aún?


MRF: Umm…Fíjese, que me faltaba entre las cosas que quería investigar la novela policial y lo estoy haciendo ahora mismo. Estoy ingresando a la novela policial desde clásicos de Edgar Alan Poe y Arthur Conan Doyle hasta la novela negra (que encuentro autores fabulosos como Hammett, por ejemplo), hasta el policial latinoamericano contemporáneo. Este tipo de textos, para algunos, integraban un género menor; pero hoy día ya sabemos que se trata de uno de los grandes géneros.


JAL: El tiempo es el gran tema de la poesía, el gran enigma. Usted ha sido un elegido del tiempo. ¿Qué se siente al pasar por salones de esta universidad que llevan el nombre de los que fueron compañeros suyos, y verse aún aquí, del otro lado del tiempo, contándolo…


MRF: [Hace silencio] Bueno… Es una experiencia… Uno se alegra de estar vivo. De poder caminar. Incluso poder correr aún. Yo hago pequeñas carreras de una cuadra, y las puedo hacer de hasta dos cuadras, en la mañana. Sin embargo, también sobreviene una tristeza. En este caso, por mis compañeros Luis Muñoz y Gilberto Triviños, que fue mi gran amigo… Ver que ellos no están…Claro, hay nostalgia y al mismo tiempo, alegría: ¡pucha: estoy vivo, dando la pelea!

De izquierda a derecha: el profesor Mario Rodríguez Fernández, Dunielys Díaz y el entrevistador, Jesús Arencibia. Foto cortesía del entrevistador.

Notas:

* Mi gratitud infinita al Dr. Mario Rodríguez Fernández por esta larga charla de aprendizaje, y a revista Deinós, del Departamento de Lenguas, Filosofía, Religión y Culturas de Rockford University, por acogerla, en especial a su editor jefe, el admirado Dr. Yoandy Cabrera. Igualmente llegue mi agradecimiento a las doctoras María Luisa Martínez, Lis García y Liany VEn Gar, por su inestimable ayuda en la concreción del diálogo. Me acompañó ese día y es la autora de la foto inicial, la amiga y colega Dunielys Díaz Hernandez.

RECUPERADO DE: Mario Rodríguez Fernández: “porque escribí estoy vivo”* – Deinós (deinospoesia.com)

VER MÁS

http://postgradoliteratura.udec.cl/profesores/prof-mario-rodriguez-fenandez/

Mario Rodríguez Fernández – Dialnet (unirioja.es)

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