Bahía Honda, vista desde la Loma de Prieto, foto tomada en enero de 2008.

Prefiero, antes que una limusina, un par de zapatos viejos y recorrer mi pueblo de Bahía Honda por todos sus rincones y sus calles con un sueño en las pupilas y una canción de añoranza en el corazón… Leoncio Álvarez Socarrás  (Pito)   

La mañana llegó con el gorjear de los gorriones. Subí entonces a la Loma de Prieto y me sentí dueño de un paisaje que nos viste de verde y de aromas desde la niñez. Hay claves en los cuatro puntos cardinales: a mis espaldas se extienden montañas recortadas por el cielo; al frente, todo un paraíso. Muy lejos, a la izquierda, mirando el mar, la torre del Ingenio Gerardo que ahora está sumido en el silencio; la Iglesia, edificio alto y blanco con la pureza de un corazón de bronce en el alto campanario dispuesto a su oración dominical, una voz de metal que llena de amor el gran espacio del pueblo con sus hechizos seculares. Pienso entonces que esa torre espía con su fría mirada la colina de rocoso donde duermen varias generaciones en su descanso eterno: el cementerio. Allí, como alucinantes huellas, los montículos blancos y las cruces escoltan en la sinuosidad del terreno a sus invisibles moradores.  La vista se levanta más allá, ladeando la torre de radio y se vislumbran las aguas de la inmensa Bahía, los viejos barcos en espera del desmantelamiento, puntos lejanos que pudieran ser barcas de pescadores y el recorte verde intenso de los mangles espejeando los ribetes de sal.

Vuelvo  a la derecha  y diviso Blanca Arena, los edificios que sobresalen. Me imagino más allá al Carenero y su aldea de pescadores; el antiguo Fuerte de San Fernando que guarda en sus ruinas todo un enigma de aventuras de corsarios y piratas. Más acá distingo la apagada torre con sus remedos de melancolía añorando la zafra y los toques de tambor del bembé.

Ella me guía al Piloto, edificios blancos que contrastan con las casitas de guano, de tejas de zinc y recuerdo mi niñez en Las Pozas, donde se alzó el obelisco a los héroes de Cacarajícara en mi terreno de los deslices en yagua, donde no pude entender el porqué de aquel monumento a una batalla protagonizada lejos de allí, ni sabía de las ambiciones humanas que lograron que un hijo de herencia mambisa llegara a ser presidente.

Mis ojos están sobre el cuerpo hermoso y ondeado de mi pueblo. En reciprocidad, también se siente el canto de las montañas y el amor de las aves que vuelan al ocaso buscando en las orillas azules un remanso. ¡Es tan hermoso mi pueblo! Ahora no busco sus edificios, sus siluetas de las calles y tantos rincones donde ha dejado su huella el hombre. En el casco viejo hay otros centinelas que por su corpulencia parecen gigantes invencibles, émulos del reto aventurero del Quijote: las ceibas, envueltas en sus leyendas y sombreadas por los ritos del sol desde tiempos inmemoriales. En sus protuberantes raíces han dormido su mítica nocturnal los chichiricúes, personajillos perversos que parecen almas en pena cuando el invierno azota con sus gélidos lamentos. Mis pies permanecen sobre la atalaya, pero me parece que floto sobre este caserío lleno de encantos. No veo las aves, apenas unos diminutos cabreros sobrevolando el vivero de Tello y algún que otro totí desencantado y más arriba, reinas del kereketé, las tiñosas oteando majestuosamente.   Y de manos de la muerte pregunto por Patricia que no la veo al frente de la iglesia con sus típicos atuendos; pregunto por las baladas de Tronquete; indago por Rompemonte y su inseparable bastón de marabú. ¡Ah, el marabú!… Calla, hombre, me dice una voz, y me acojo a la esperanza…  Vuelvo a mis reflexiones y no encuentro a Mayiyí. ¿Dónde estará Pedro Pitirre? ¿Y dónde Güele Güele?  ¿Y Ñango, y Piango, y Maniongo?…

 El parque está solitario, ya no se oyen los cuentos de Toño Cuesta ni se comentan  las célebres anécdotas de Tomás Bola de Churre; el mármol del General Pedro Díaz suscita la melancolía mientras que ya no puede volver los ojos y conversar con Martí. El Apóstol está ahora a sus espaldas, confinado, silencioso…

Parque de Bahía Honda.

¡Pero es bello mi pueblo! Aún quedan los cuatro laureles reverdes y rebeldes afincados frente a su iglesia, con el triste recuerdo de una glorieta que solo reza en la leyenda. Este es mi pueblo, mi vallecito de añoranzas y me siento su dueño esta mañana en que he tomado por asalto el más bello mirador del valle: la Loma de Prieto. Más atrás, al filo del portal, Talía riega las flores, símbolo de la vida.

 Yo sueño en las alas de mi paisaje, porque es hermoso… ¿Verdad, amigo, hermano, hombre, ciudadano?… Bahía Honda es un pájaro azul que anida amorosamente en los verdes brazos de una ceiba y que guarda tus sueños, los míos, los de los que no están y los de aquellos que un día cantarán también a los encantos de su reino. Y mientras miro y escribo, que es como soñar, esperaré cada mañana que me sorprenda, como una bendición, el canto de ese pájaro azul.         

Bahía Honda, marzo y 2008                                           

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3 comentarios en “Réquiem por Bahía Honda”

  1. La añoranza Lore, el tiempo pasa, pero la memoria es perenne, los días de infancia, la inquieta juventud, las lomas en bicicleta en plenos 90, nostalgias, recuerdos, momentos, la vida.
    Lo mejor de todo es q aun en la distancia, de espacio y de tiempo, sigues escribiendo y soñando, hoy, estoy seguro que más de una vez te has despertado con la melodía de ese pájaro azul en los oídos y correteando descalzo, nostalgia abajo, por las calles de tu Bahía Honda.

  2. Amigos Irma y Lorenzo:
    esa región que ornamenta
    se llamó la “Cenicienta”…
    ¡de lo cual no me convenzo.
    Es el más hermoso lienzo
    que han hecho divinas manos;
    joya con que los cubanos
    vuelven envidioso al mundo
    y el encanto más profundo
    “que vieron ojos humanos”.

    Francisco

    1. Amigo Francisco

      Qué belleza esta salmantina por Bahía Honda y sus lares.
      Tú lírica siempre es exaltadora de las bellezas de Cuba, pues así lo has sentido por la Finca Laberinto y tu inolvidable Unión de Reyes, raíces y memorias de tu orgullo cubano.
      Un abrazo nuestro desde Amauta.
      Salud y vida para seguir en el amor y la creación
      Lorenzo

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