Al influjo de la estrofa salmantina los versos adquieren una esencia humanística, atesorados por la belleza de sus imágenes y el compromiso existencial que evoca sensaciones y búsquedas; una suma de experiencias enriquecidas por vivencias, sueños y proyectos donde el poeta se convierte en un cronista de su tiempo.

En este frasco sonoro del octosílabo la décima nos deja sus huellas tamizadas a través del esmerado  oficio y  la fina sensibilidad del autor, tan diáfana e implícita, como su propia vida.

I
Dame una cuerda, la nota
precisa del Pentagrama
y cifra en ella la gama
de la canción más remota.
No es mi pecado de ilota,
pero me inclino al cristal
y en el mágico ritual
invoco en voz casi intrusa
que me llegue al fin la Musa
como «ángel para un final»


II 
Del ideal, nunca cejes
hasta el fin de su proyecto
y del camino correcto
jamás, por nada, te alejes.
Guía tu nave y no dejes
que el viento en su acometida
deshaga las velas, cuida
esa fe que a todo reta
y piensa que es, toda meta,
otro punto de partida.

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